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Foto del escritorIrving Vierma

De Calígulas a Napoleones: Reflexiones sobre los Ecos de la Historia

Tiranías y el Poder de sus Seguidores

A lo largo de la historia humana, figuras como Calígula, Napoleón y Adolf Hitler han dejado una marca indeleble en el tejido de la humanidad. Son personajes poderosos y desquiciados que, impulsados por la rabia y la frustración, han teñido el telón de la historia con sangre inocente y acciones desproporcionadas. Sin embargo, más que ser paladines de la verdad y el orden, son simplemente un reflejo de la adoración infinita al ego y la perturbación mental. Representan una faceta oscura de nuestra naturaleza, una minoría perturbadora pero influyente en el telar de los acontecimientos históricos.


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Trono de Napoleon Bonaparte (Museo de Louvre, Paris, Francia). Foto por: William Krause

Estos pseudo líderes poderosos, desafiantes y a menudo desequilibrados, cargados de ira, frustración y tormento, han sido agentes del caos y la opresión. En el fondo, son un amasijo de mentes perturbadas que adoran su propio yo por encima de todo.


La lista de tiranos contemporáneos es tan larga como lo fue en la antigua Roma de Cayo Augusto César o la Francia revolucionaria de Bonaparte, donde las cabezas rodaban indiscriminadamente. Incluso en tiempos más recientes, vimos el horror de la xenofobia y el genocidio perpetrados por Hitler hace menos de un siglo.


¿Y quiénes son sus sucesores en el panorama actual?

La historia contemporánea está siendo testigo de varios ensayos de este tipo de liderazgo. Sin embargo, lo más alarmante es que estas fuerzas malignas han sabido infiltrarse en las instituciones de sus naciones, corrompiendo sus pilares fundamentales con ideas totalitarias, autocráticas y populistas.


Sin embargo, es preocupante lo que estas fuerzas malignas han logrado al incrustarse en el tejido institucional de esas naciones, contaminando todo con sus “verdades alternativas”, creando las figuras de los “enemigos” de la patria y fomentando el odio hacia esos grupos “ajenos” a su cultura, como los inmigrantes de Trump, los oligarcas de Fidel o los neoliberales de Chávez. Y por supuesto, todo alrededor del culto al líder.


Pero no pueden perpetuarse sin apoyo. Y para ello deben mentir, creando medias verdades y confiscando la paz y el sosiego del acuerdo mutuo, a través de la polarización extrema de las bases menos informadas, desconectadas de las estructuras y marginalizadas por el progreso y la educación: los nuevos fanáticos políticos.  


El fenómeno globalizador de las redes sociales, crearon “autopistas” de reclutamiento de estos nuevos actores políticos. Estos pseudo líderes requieren seguidores que les hagan el velo y repitan sus sandeces; seguidores que les den apoyo y legitimen sus acciones. Recordemos pues a los nobles habitantes de cualquier pueblito o ciudad alemana junto a cualquiera de más de media docena de campos de exterminio nazi, ignorando a voluntad lo que sucedía en esos campos, donde los enemigos del Reich: judíos, comunistas, anarquistas, socialistas, disidentes políticos, prisioneros de guerra, homosexuales y similares, gitanos, eslavos, representantes eclesiásticos, testigos de Jehová, criminales comunes, republicanos españoles emigrados, personas con discapacidades y demás colectivos calificados como «inferiores» o «traidores» para el ideario nazi, eran eliminados.


En 1924 se realizaron las últimas elecciones de los Estados Prusianos y en1933 la última elección nacional parlamentaria. Ese fue el fin de la república de Weimar y así comenzó la dictadura del Tercer Reich.


Y vinieron emblemáticos programas como el de “Noche y Niebla”


Y sus arduos defensores de la derecha, entusiasmados por la retórica y las promesas propagandísticas, apoyaron sin demora y contra toda oposición disidente… hasta que fue demasiado tarde. Así fue la historia del prominente pastor luterano Martin Niemöller, quien arrepentido por su complicidad y silencio en los primeros años del nazismo, nos dijo:


"Primero vinieron a buscar a los socialistas y no dije nada, porque yo no era socialista. Luego vinieron a buscar a los sindicalistas y no dije nada, porque yo no era sindicalista. Luego vinieron a buscar a los judíos y no dije nada, porque yo no era judío. Luego vinieron por mí, pero no había ya nadie que pudiera protestar por mí".


El clamor y culto al Führer, aunque eso signifique cerrar los ojos ante la atrocidad, arropó a muchos sectores y excelsos personajes de aquella época alrededor del mundo, quienes apoyaron abiertamente o guardaron un silencio cómplice por muchos años.

Todos sabemos cómo terminó esa historia.


Sin embargo, la cuestión que debemos plantearnos es si realmente ha concluido la era de los campos de concentración y los movimientos supremacistas. Los ciclos históricos tienden a repetirse, a pesar de las visiones románticas de una utopía libre de opresión. Ignorar estas fuerzas malignas, que siempre han existido, es un grave error.


El problema más grave no radica únicamente en la persona al frente de estos fenómenos, sino en sus seguidores, quienes han optado por hacer caso omiso de advertencias, hechos y proyecciones. Es momento de reflexionar sobre nuestra responsabilidad colectiva y actuar en consecuencia antes de que sea demasiado tarde.


Nuestra responsabilidad como ciudadanos del orden, de la justicia y del progreso, nos obliga a tomar acción, más allá de los partidos y por encima de nuestras preferencias. Definitivamente nos convertimos en peones del veneno cuando decidimos dejarnos llevar por la corriente de la mentira o en el peor de los casos, quedarnos de brazos cruzados, esgrimiendo la rebuscada frase “yo soy apolítico” o la cómoda de “todos son iguales”. Esas no son razones para no votar; son excusas para perpetuar a los estafadores.


Sin tu participación, te conviertes en cómplice de los tiranos.

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